
“A veces uno miente, y hay mentiras piadosas,
pero la diferencia entre una mentira piadosa y una que no lo es
radica en quién es el que se beneficia de la mentira.
La mentira piadosa, que suele ser transitoria,
surge de una adecuada convicción de que con ella
se evita un sufrimiento inútil,
porque si el sufrimiento fuera necesario y útil,
la mentira no cabría.
Muchas veces se miente para evitar un sufrimiento propio,
y en esos casos el “negocio” suele ser pésimo,
porque las mentiras….
unas conducen a otras y
suelen crecer como una bola de nieve”.
Luis Chiozza, 2013, p. 98-99
Este trabajo apunta a reflexionar acerca de hábitos con los que crecimos y que, tal vez por ser muy consensuales y arraigados, no se suelen repensar, constituyendo entonces creencias que se repiten como tradiciones familiares incuestionables. Podríamos nombrar la tradición de Papá Noel, de los Reyes Magos, del Ratón Pérez o cualquier otra historia o idea fantaseosa que se pretende hacer creer a los niños, sin revelar lo que tienen de mentira.
Uno se preguntaría por qué habría que mentirle a un niño acerca de una creencia que sabemos que tarde o temprano le va a traer frustración y desilusión, además de perjuicios en su desarrollo. Gran parte de los adultos dirían que es para “no quitarle una ilusión”, “para que pueda crecer en un mundo lleno de magia”. Como sabemos, además de que la ilusión no se puede sostener para siempre, en este caso, se trata de mentiras que tienen consecuencias. Entonces, la pretensión de sostener estas “ilusiones”; ¿responde a una necesidad de los niños? ¿o es una necesidad inconfesada de los adultos puesta en la necesidad de los niños?.
A partir de investigaciones de autores cercanos al psicoanálisis de niños, Silvana Aizenberg1 hace un desarrollo muy completo acerca de este punto. Afirma, por ejemplo, que el hecho de que un niño se comporte como alguien que no tiene juicio, no significa que sea incapaz de comprender o que no podamos comprenderlo2.
Luego de afirmar esto, la autora remarca como una lamentable costumbre a la actitud o comportamiento habitual de hablar con los niños como si fueran tontos, lo cual a veces finalmente los transforma en tontos. Se les miente, queriendo creer que ellos toman esas mentiras sin tener registro de “que algo no les cierra” o no coincide con lo que ellos perciben o razonan. Resulta entonces que todo padre, como adulto maduro, lo primero que diría es que no quiere tener hijos tontos, mientras sin darse cuenta, es más frecuente de lo deseable, que a los niños no se les deje otra alternativa que atontarse cuando, no solo se le crean todas estas fábulas planteándolas como si fueran “reales”, si no que también se sigue una cantidad de pasos y rituales a los fines de cuidar todo detalle para que “no se descubra la verdad”3 . Así, “el mito de Papa Noel, o el de los Reyes Magos, son mentiras tradicionales que cuando un niño las descubre inaugura el camino de la desconfianza en sus padres. Crearles ilusiones a los pequeños, estimularles la fantasía de la magia, debilita al Yo, en lugar de fortalecerlo”.
La autora nos hace reparar en que las consecuencias de estas creencias, sostenidas durante los primeros años de vida, no son gratuitas ya que ejercen en la vida de ellos una importancia fundamental. Al mentirles, subraya, se los está enfermando, y hay niños que para negar aquello que sus sentidos adecuadamente testimonian, se terminan atontando, estropeando su desarrollo intelectual. Y podríamos agregar que, por no desilusionarnos, ellos terminan haciendo de cuenta que nos creen, lo cual vuelve aún más complicada la escena.
Siguiendo con este planteo general, también encontramos los aportes que en relación a esta temática, realiza Gustavo Chiozza (2014) en su trabajo acerca de la función parental.
El autor destaca que en el ejercicio de la función parental muchas veces encontramos un abuso de poder. Así, subraya que los hijos dependen de nosotros, es decir, nos necesitan para sobrevivir. En este sentido es que el autor plantea que esto nos da absoluta impunidad. Por eso, debemos tener cuidado de no caer en ese abuso de poder que puede presentarse bajo la forma, no solo de maltratos verbales o físicos, sino también a través de “coimas” o negociaciones -en las que en alguna medida siempre participa la mentira- de las que ellos no obtienen ningún beneficio. Así, los niños terminan siendo el blanco de una descarga cuyo
daño negamos, ya que, dado lo incondicional de su amor, funcionamos con la creencia de que no habrá consecuencias, dando por sentado de que, por ser sus padres, tenemos todo permitido.
Intentando responder a la pregunta que nos planteamos al comienzo; el autor afirma: “Como a casi nadie más, a nuestros hijos podemos maltratarlos, humillarlos, rebajarlos… Obligarlos a cumplir el rol de tontos para que podamos sentirnos inteligentes; obligarlos a sentirse culpables de cosas que ni siquiera comprenden, para que nos podamos sentir inocentes… (…) Podemos mentirles impunemente tantas veces como queramos (…). Podemos ser los dueños irrestrictos de la verdad”. Así el autor destaca que hagamos lo que hagamos, no tienen más remedio que seguir queriéndonos. “Un poder tan ilimitado e impune es muy peligroso. Exige de nosotros un gran equilibrio y una inmensa responsabilidad” (Chiozza, G. 2014, p. 22).
Tal vez como psicoanalistas, nos resulte más claro, aunque no menos difícil comprender que no mentirle a los niños respecto a estas creencias infantiles, no es quitarles una ilusión, sino compartir con ellos lo mismo que compartimos cuando les leemos un cuento. Cuando les leemos historias fantásticas llenas de personajes y situaciones imaginarias, no pretendemos que crean en su real existencia y ellos, naturalmente, no pretenden que se lo hagamos creer. Así, entendemos que si de romper una ilusión se trata, esta ruptura fomenta un contacto fructífero con la realidad, fomentando, entre otras cosas, el verdadero valor de la ilusión,
del como si, alimentando la creatividad, la curiosidad y la capacidad de juego que puede acompañarlo toda la vida, además del placer de compartir un encuentro genuino.
Luis Chiozza en reiteradas ocasiones hace alusión al tema del decir la verdad. En palabras textuales: “La verdad es integración, es autenticidad. Es claro, sin embargo, que todo tiene que ser entendido con mesura y precaución. Es cierto que la verdad es preferible, pero hay veces en que uno tiene que postergar el uso de la verdad porque el otro no está en condiciones de tolerarla. Dosificar la verdad de acuerdo a la tolerancia del interlocutor no es lo mismo que mentir desaprensivamente” (Chiozza, L. 2013, p. 75).
Si bien con mi trabajo pretendía enfocarme exclusivamente en las fábulas mencionadas, que como dijimos, entrañan una mentira, creo que vale para reflexionar acerca de cualquier tipo de mentira que los padres, o los adultos responsables, emiten a sus hijos.
Sabemos que es muy común mentirles -u “ocultarles” información- acerca de lo que ellos mismos escuchan o ven en el seno familiar, se trate de enfermedades de familiares, de problemas laborales o económicos de los padres, de la muerte de algún ser cercano y muchas otras cosas que como adultos consideramos difíciles de hablar con ellos porque no toleramos nuestra propia dificultad para lidiar con esos temas, nuestra duda o desconcierto y preferimos pensar que “no entienden”, que total “no se dan cuenta” o que “se van a poner mal”. Todas frases conocidas que coinciden con el malentendido de creer que se protege al niño cuando, en el fondo, se lo subestima y se lo deja librado a sus sentimientos y fantasías en torno a temas que intuye y no sabe como tramitar.
Muchas mentiras también nacen, como destaca Gustavo Chiozza (op. cit), del intento de evitar encontrarnos nosotros mismos con los limites4 de encontrarnos con que nos consideran malos por decir que no, de sentirnos incomprendidos y en conflicto con ellos. Sucede que así, por no renunciar a ese amor o armonía ilusoria, renunciamos, como dice el autor, a prepararlos para la vida, poniéndolos en contacto con la realidad. Si en cambio, podemos sostener nuestra decisión, afrontando el limite, asumiendo la verdad, le estaremos demostrando que para nosotros, protegerlo y prepararlo “es más importante que el cariño que nos quiere
quitar; que nuestro amor por él es lo bastante fuerte como para resistir su enojo. Le demuestra, también, que nosotros estamos seguros de que nada tan dañino, malo o peligroso le sucederá si se frustra. Que nosotros sabemos que, aunque sus deseos sean intensos, con nuestra ayuda, él es capaz de soportarlos. Esto aumenta su seguridad; la confianza que tiene en nosotros y por lo tanto, también, su confianza en sí mismo” (Chiozza, G. 2014, p. 28).
No tengo dudas que la mayoría de los padres deseamos los mejor para nuestros hijos y eso siempre implica prepararlos y fortalecerlos para la vida. Por eso creo importante poder detenernos siempre en los automatismos por los que, incautamente, nos dejamos llevar y cuidar entonces las acciones que ejecutamos en la relación con ellos. Estar atentos a este aspecto seguramente depende de resolver nuestros propios conflictos, muchos de los cuales nos llevan a engañarnos de modo tal que, creyendo cuidar y gratificar a nuestros hijos, los abandonamos. Es importante no caer en el malentendido según el cual suponiendo que con la mentira les ahorramos un sufrimiento inútil, les evitamos un sufrimiento que bien valdría la pena atravesar en pos de su crecimiento.
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1 Aizenberg, S. (2018). CONFERENCIA: El psicoanálisis de niños. Buenos Aires: Fundación Luis Chiozza.
2 Al contrario, hemos escuchado en reiteradas ocasiones decir que un niño tiene una inteligencia rica y compleja, que esta dotado de capacidades que va perdiendo en aquellos sectores en los que deja de usarlas. Chiozza también afirmó, en varias oportunidades, de que los niños nacen genios pero son los padres quienes los van atrofiando.
3 Así, por ejemplo, un padre busca complicidad en sus hijos diciéndoles que hay que juntarles el pasto y el agua a los camellos cuando viven en un departamento en el piso número 14. Podríamos afirmar, de antemano, que ningún niño se creería semejante episodio. O en las navidades les preguntan a sus hijos si vieron volar los trineos, jurando que ellos sí pudieron divisarlos.
4 Por ejemplo, cuando les dicen que no tienen plata o que el negocio esta cerrado y por eso no pueden comprarle el juguete que pide.
BIBLIOGRAFÍA:
-Chiozza, L. y Abad, C. (2013). Conversaciones sobre por qué nos enfermamos. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS:
-Aizenberg, S. (2018). CONFERENCIA: El psicoanálisis de niños. Buenos Aires: Fundación Luis Chiozza
-Chiozza, G. (2014). Reflexiones sobre la función parental. En la formación y en el análisis del carácter. Buenos Aires: Fundación Luis Chiozza. Diciembre 2014.
Sobre la autora

Lic. María Silvana Capaldi. M.P. 9159-Psicóloga – UNSL
Psicoanalista – Alumna concurrente del Centro de Estudios y Asistencia Psicoanalíticos (CEAP). Especialista en Psicosomatología.